jueves, septiembre 14, 2023

Stalin-Beria. 1: Consolidando el poder (9): La Carta al Congreso

La URSS, y su puta madre
Casi todo está en Lenin
Buscando a Lenin desesperedamente
Lenin gana, pierde el mundo
Beria
El héroe de Tsaritsin
El joven chekista
El amigo de Zinoviev y de Kamenev
Secretario general
La Carta al Congreso
El líder no se aclara
El rey ha muerto
El cerebro de Lenin
Stalin 1 – Trotsky 0
Una casa en las montañas y un accidente sospechoso
Cinco horas de reproches
La victoria final sobre la izquierda
El caso Shatky, o ensayo de purga
Qué error, Nikolai Ivanotitch, qué inmenso error
El Plan Quinquenal
El Partido Industrial que nunca existió
Ni Marx, ni Engels: Stakhanov
Dominando el cotarro
Stalin y Bukharin
Ryskululy Ryskulov, ese membrillo
El primer filósofo de la URSS
La nueva historiografía
Mareados con el éxito
Hambruna
El retorno de la servidumbre
Un padre nefasto
El amigo de los alemanes
El comunismo que creía en el nacionalsocialismo
La vuelta del buen rollito comunista
300 cabrones
Stalin se vigila a sí mismo
Beria se hace mayor
Ha nacido una estrella (el antifascismo)
Camaradas, hay una conspiración
El perfecto asesinado 



El nombramiento de Stalin como secretario general ni fue sorpresivo ni inquietó mucho a sus camaradas. Con Lenin vivo, muchos de los hombres que colaboraron en aquel nombramiento (no pocos de los cuales eran, la verdad, como el whisky que bebe Estela Reynolds: cortitos) consideraron que se trataba de un nombramiento poco menos que simbólico, el tipo de gabela que le das a un tipo para que corte cintas e inaugure institutos con el nombre de Karl Liebnecht; porque, al fin y al cabo, Lenin estaba vivo (en realidad, estaba más muerto que vivo) y el tema de la sucesión no estaba encima de la mesa (llevaba ya meses, sino años, en el cajón de Kamenev y del propio Stalin).

En la segunda mitad de 1922, un Vladimiro Lenin crepuscular desarrolló una preocupación constante por los temas organizativos. Parece como que se fue dando cuenta de la mierda que había creado, y ahora estaba buscando ambientador por todas partes para esconderla (porque lo de barrerla, lógicamente, nunca se lo planteó). Una de las cosas que hizo fue bombardear, literalmente, con epístolas, esquelas y notas, a Iosif Stalin, el gobernalle del día a día del Partido; el hombre, claro, que tenía que enderezar todo aquello y llevarlo por el buen camino.

Según todos los indicios, en los primeros meses de Stalin como secretario general, las decisiones que fue tomando empezaron por decepcionar, y terminaron por cabrear a Lenin. El líder del Partido comenzó a coquetear con la idea de buscarle alguna canonjía a aquel georgiano rasposo, pero sacarlo del puesto donde le había puesto él.

Stalin, en efecto, estaba haciendo una política personalista, no leninista (y a Lenin, el Gran Demócrata, eso no le parecía ni medio aceptable, claro). En mayo de 1922, Bukharin y Grigory Yakovlevitch Sokolnikov propusieron el desmantelamiento del monopolio estatal sobre el comercio exterior, y Stalin apoyó la idea; algo contra lo que Lenin se había expresado varias veces. Asimismo, Stalin, en total coherencia con su rusocentrismo, era partidario, no de una unión de repúblicas, como de un sistema cuasi autonómico en el que las diferentes repúblicas solicitarían su ingreso en la Federación Rusa. Es decir: mientras Lenin creía en una Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas, Stalin creía en una República Socialista Soviética Rusa con derechos autonómicos para las nacionalidades. Stalin creó un comité especial del Comité Central para analizar este tema y Lenin, noticioso de este movimiento, le envió una carta a Kamenev, que sólo por casualidad terminó en manos de todo el Politburo, en la que decía que “Stalin tiene la ambición de acelerar las cosas, pero tanto tú como Zinoviev deberíais reflexionarlo bien”.

A pesar de estas distancias teóricas, o tal vez por ellas mismas, Stalin fue, de largo, el dirigente soviético que más visitó a Lenin en su retiro en Gorky. Especial importancia reviste su encuentro allí de 26 de septiembre de 1922. Stalin fue porque Lenin le llamó, y estuvieron juntos más de tres horas. Durante la conversación, Lenin insistió en que lo de la conformación constitucional de la Unión era algo que había que discutir muy despacito. Propuso la fórmula de una integración “voluntaria” de cada república en una Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas. Stalin, tras esa conversación, eligió no disentir nunca públicamente con las ideas de Lenin en esta materia, probablemente porque entendió que sería la que finalmente ganaría. Pero siempre consideró este punto de vista demasiado blando.

Aparentemente, durante sus últimos meses de vida uno de los asuntos que más le ocuparon a Lenin, probablemente por su relación con el debate sobre la organización de la Unión, fue el incidente de Georgia. Aparentemente, había habido algún tipo de conflicto con los altos rangos del Partido en dicha república, y Ordzhonikidze fue enviado allí para buscar soluciones. Resulta que el líder georgiano perdió la paciencia y llegó a abofetear a un líder local, llamado Mdvani (no puedo adverar si se trataba de Policarp Gurgenovitch Mdivani, hermano de la primera mujer de Stalin; tiendo a pensar que es otro). Lenin quedó escandalizado y, en las semanas siguientes, inició una lucha inútil contra Stalin para obtener más información sobre los hechos ocurridos, que el secretario general le negó sistemáticamente para, dijo, ahorrarle esfuerzos excesivos. El 5 de marzo de 1923, cinco días antes de quedarse sin habla tras un ataque muy fuerte, Lenin le escribe a Trotsky: “Te ruego encarecidamente que asumas personalmente el asunto georgiano en el Comité Central. Actualmente, está siendo investigado por Stalin y Dzerzhinsky, y no puedo fiarme de su imparcialidad. En realidad, todo lo contrario.”

Aquel mismo día, Lenin dictó una carta para Stalin. El entorno de esta carta es lo que podemos llamar el affaire Krupskaya. Un tema que tiene su intríngulis.

Aparentemente, el 22 de diciembre de 1922 por la noche, Lenin dictó una carta a Trotsky defendiendo su postura sobre el monopolio del comercio exterior, y después se puso peor. Se le paralizaron brazo y pierna derechos. Inmediatamente, se cursó información al Politburo.

Al día siguiente, Stalin llamó a Krupskaya y la acusó de haber roto el régimen al que estaba sometido Lenin, es decir, poco menos que haber provocado su ataque. Krupskaya se llevó un disgusto de la hostia y le escribió a Kamenev una carta en la que decía: “Lev Borisovitch, porque yo escribí una nota breve, dictada por Vladimir Ilitch con permiso del doctor, el camarada Stalin se permitió realizar el ataque más abusivo sobre mí ayer. Yo no estoy en el Partido desde ayer. En treinta años nunca he escuchado a un miembro del Partido usar una palabrota. El Partido e Ilitch no me son menos queridos a mí que a Stalin. Ahora mismo, necesito todo mi autocontrol. Yo sé mejor que cualquier doctor qué debe o no debe decirse a Ilitch, puesto que sé qué es lo que le perturba y qué no; y, en todo caso, lo sé mejor que Stalin (...) No dudo de la unanimidad de la Comisión de Control cuando decidió darle a Stalin el derecho de amenazarme. Pero no tengo ni la fortaleza ni el tiempo para gastar en un suceso tan estúpido. Yo también soy humana, y mis nervios están al límite.”

La referencia final de Krupskaya está relacionada con una decisión del Politburo, que le había encargado a Stalin proteger a la persona de Lenin.

Kamenev no se guardó la carta de Krupskaya, y la puso encima de la mesa del Politburo. Stalin, en la que probablemente fue una de las dos o tres veces en su vida que le pasó, se cagó los panties, y rápidamente le ordenó a José Luis López Vázquez que le escribiese una carta a Krupskaya explicándole que en él tenía a un amigo, un esclavo, un servidor. El típico argumento de “aquí todos estamos interesados en lo mismo: el bienestar del camarada Lenin (y es por eso que te puse de puta para arriba)”.

Nadie, ni siquiera su mujer, le contó a Lenin este incidente hasta el 5 de marzo de 1923. Nada más escucharlo, el líder del comunismo soviético dejó claro que estaba muy lejos de considerar aquello un temita personal. Llamó inmediatamente a María Volodicheva, su secretaria, y le dictó la nota a Trotsky sobre el tema georgiano y el Comité Central. Le dijo que leyera la nota por teléfono y le diese la respuesta lo antes posible. Y, después, dictó esta nota:

Respetado camarada Stalin:

Has sido lo suficientemente ofensivo como para llamar a mi mujer por teléfono y abusar de ella verbalmente. Aunque ella te ha dicho que está preparada para olvidar lo que se dijo, ya le había dicho a Zinoviev y Kamenev lo que pasó. No estoy dispuesto a olvidar tan fácilmente lo que se ha hecho contra mi persona, dado que está fuera de toda duda que todo lo que se haga contra mi mujer, yo lo concibo como perpetrado en mi propia contra. Por lo tanto, por favor reflexiona sobre cómo podrás retrotraer tus palabras y disculparte o, si no, las relaciones entre nosotros quedarán rotas.

Con respeto.

Lenin, 5 de marzo de 1923.

Nosotros sabemos hoy que esta carta se dictó unos tres meses después de la famosa Carta al Congreso, de diciembre de 1922, en la que Lenin expresaba sus dudas sobre las capacidades de Stalin y recomendaba su remoción como secretario general. Aquello era, por lo tanto, como la lectura personal de una lectura de Partido que Lenin había hecho semanas antes.

De alguna manera, Lenin llegó a la conclusión en marzo, cuando le fue referido el caso de su mujer, de que Stalin no tenía las características éticas que él quería en el dirigente del Partido. Decimos los gallegos: tarde piaches, meu rei.

Al día siguiente, Lenin dictó el último comunicado en el que se cita a Stalin. Es una nota a los líderes georgianos en la que les dice que está siguiendo su caso; que está muy desagradablemente sorprendido por la violencia de Ordzonikidze y de “la connivencia de Stalin y Dzerzhinsky”, y les anuncia que está preparando un discurso sobre el tema.

Cuatro días después ya, ni discurso ni leches. Lenin perdió la capacidad de hablar.

Tal y como el propio Stalin había previsto, el 30 de diciembre de 1922 se había abierto el Congreso de los Soviets que habría de aprobar la propuesta de Lenin sobre la organización territorial de la Unión. La carta preparada por Lenin sobre la materia fue usada por Stalin para su informe; pero, como tal, tardaría 30 años en conocerse.

Lo que sea que Lenin pensase sobre Stalin y, sobre todo, hasta donde estuviese verdaderamente dispuesto a llevar esas convicciones, es algo que se llevó a la tumba. Para Stalin, se convirtió en un muerto providencial, cuya herencia reclamaría en las siguientes tres décadas. Y, si alguna vez Lenin pensó de verdad en destruir políticamente a Stalin (como afirma Trotsky en sus memorias), lo hizo demasiado tarde. Eso, por no mencionar que, cuando menos en mi opinión, eso no lo exime de la culpa de haber creado, él, a Stalin. De haberlo hecho realidad y haberle dado el poder que ejerció.

Lenin, el Eterno Inocente.

Los hechos, tal y como ocurrieron, a lo que nos abocan es a discutir la famosérrima Carta al Congreso de Vladimiro Lenin. Vamos a ver si podemos decir algunas cosas en este terreno.

Una parte muy importante de los últimos escritos de Lenin, notablemente aquél en el que atacaba la forma de organización del Estado defendida por Stalin y, por supuesto, la Carta, no se conocieron hasta el XX Congreso del Partido de 1956, normalmente conocido como de la desestalinización. El artículo de Lenin Cómo reorganizar Rabkin, o propuestas para el XII Congreso del Partido, fue impreso en una sola copia para el propio Lenin. Una versión resumida de esta carta fue distribuida a los comités territoriales del Partido el 27 de enero de 1923, con una comunicación firmada por Andreyev, Bukharin, Kuibyshev, Molotov, Rykov, Stalin, Tomsky y Trotsky que adveraba el contenido como proveniente de los diarios del líder.

Hay que decir que la carta al Congreso, contrariamente a la idea que ha terminado filtrándose al conocimiento histórico, es un texto básicamente optimista. Lenin se dedica en ese texto, básicamente, a felicitarse por el hermoso futuro que le augura al socialismo en Rusia y en el mundo. Sin embargo, consistente con las que eran sus principales preocupaciones, Lenin advierte de los peligros que acechan al sistema, y entre ellos el que más le preocupa es el enfrentamiento con el campesinado. Por ello, propugna la aplicación de la NEP junto con una gradual introducción de la colectivización agraria. La NEP, decía Lenin, debía ser “el mayor factor de movimiento hacia el socialismo”. Stalin, obviamente, no entendía las cosas así. Pero, para poder poner en adecuada perspectiva al personaje, creo que hay que dejar claro que no era el único. Mucha gente dentro del Partido tampoco entendía este mensaje contemporizador de Lenin, puesto que los altos mandatarios comunistas eran como Lenin había querido siempre que fuesen, es decir, unos autoritarios de libro. El problema de Lenin en su Carta al Congreso era personal. Veía algo que los demás no veían, y es que, detrás de él, lo que quedaba era una generación de políticos en la que no confiaba. Vladimiro el hijo de Luis estaba convencido de que tanto Trotsky como Stalin romperían al Partido (y es un hecho que dejaron tras de sí un trotskismo y un estalinismo propios); dudaba de la capacidad de Kamenev y Zinoviev; y, siendo sinceros, sabía que no tenía ya más banquillo. La solución que encontró a ese callejón fue soñar con una dirección delegada en la que todos se llevasen bien, obviamente el pequeño detalle de que el sistema que él mismo había creado y practicado propendía al mando personal (al suyo, sin ir más lejos).

1 comentario: